Barcelona es una ciudad cosmopolita, abierta y de gran cohesión social debido grado de integración de la ciudadanía a su comunidad. La capital catalana se encuentra entre las mejores ciudades del mundo en las clasificaciones de calidad de vida, seguridad y equidad. Es una ciudad para el buen vivir, de clima mediterráneo, con impresionantes obras de arquitectura medieval y modernas, acogedoras zonas verdes, hermosos monumentos y barriadas que invitan a recorrerlas. Gracias a su privilegiada situación territorial, a orillas del mar Mediterráneo, se disfruta de un clima agradable. Vivir en Barcelona es sinónimo de calidad de vida.
La ciudad Condal, con una población cercana al millón setecientos mil es la que habitualmente recibía más turismo extranjero en España, en año 2022 recibió 9,7 millones de turistas y quedó en 2ª posición al ser superada por Madrid. A nivel internacional ocupó la novena posición entre las ciudades más visitadas. El gasto de los turistas durante su estancia fue de 7.600 millones de euros, constituyéndose en el principal motor económico de la ciudad.
A pesar de los esfuerzos de las autoridades públicas en la construcción de obras de infraestructura que permita mejorar la vialidad vehicular y peatonal, buena parte del atractivo turístico de la ciudad está en riesgo de perderse ante la mirada cómplice o al menos indiferente de sus autoridades, compartida por el sector político y los medios de comunicación, sobre dos problemas que agobian a sus ciudadanos: los grafitis y los okupas.
En el caso de los grafitis es importante aclarar que al calificarlo como problema nos referimos al hecho vandálico y no a la expresión cultural, la cual se caracteriza por tres elementos fundamentales: originalidad, crítica social y alto valor pictórico, a las cuales se puede añadir autorización del responsable del espacio y utilización de técnicas no dañinas para el medioambiente.
La originalidad se refiere a la capacidad del mensaje para llamar la atención y para identificar al grafitero por su estilo. Por su parte, la Crítica Social se vincula con la protesta o rebeldía que el autor plasma en una creación libre sin afear o estropear el espacio utilizado. Finalmente, el valor pictórico está relacionado con el uso del color, los elementos compositivos, perspectiva, etc.
Al contrario de los grafitis vandálicos, los artísticos debe ser estimulados y una forma de hacerlo sería ofrecer espacios efímeros donde sean expuestos al público y un jurado los evalúe premiando a los mejores, los cuales pueden exhibirse en un lugar permanente junto con los comentarios del jurado valuador.
Con preocupación vemos como el grafiti vandálico invade múltiples espacios, públicos y privados sin autorización de sus propietarios o administradores afeándolos y transformando la apariencia de la ciudad en algo hostil que genera el rechazo de sus habitantes y visitantes. Sorprende la rápida proliferación de estos grafitis que en forma agresiva atentan contra la imagen de la ciudad generando la impresión de descuido, vandalismo, y falta de autoridad.
En la ciudad es prácticamente imposible encontrar una persiana metálica, paredes, vidrios, etc., que no haya sido víctima de este tipo de vandalismo. Cuando salimos de la ciudad se puede apreciar la magnitud del problema, en paredes, túneles, y hasta en el propio metro. Algunos comerciantes para no tener paredes o persianas metálicas afectadas por el grafiti vandálico decidieron protegerla con un grafiti artístico, el cual extrañamente es respetado por los vándalos.
El grafiti vandálico es un delito contra la propiedad pública y privada, que está fuera de control de las autoridades barcelonesas y que, de continuar así, originará otros problemas como violencia, pérdida de cohesión social y por ende de calidad de vida, así como desmotivación del turismo. Lo bueno es que es relativamente fácil su erradicación, cuando hay voluntad para hacerlo, lo cual se puede apreciar en otras ciudades europeas como Praga o incluso españolas, en las que no se percibe su presencia con la misma intensidad que en Barcelona.
Muros, puertas, persianas metálicas, bancos, vallas, vidrieras, túneles, estaciones del metro y hasta las tuberías son afectadas, pocas son las cosas que escapan a esta forma de vandalismo que atenta contra el ornato y la belleza de la ciudad así como al bolsillo de los afectados directamente. Su erradicación incumbe a toda la sociedad y especialmente a las autoridades responsables de combatir al vandalismo.
El caso de los okupas también es preocupante, especialmente por la alta frecuencia con que viene ocurriendo. Para el 2022 Barcelona fue la ciudad con más viviendas okupadas con un total de 5.800, seguida de lejos por Madrid con 1.400. Catalunya es la comunidad que registró más ocupaciones: 7.500, que suponen el 42 % de todas las ocupadas en España.
Es loable la intención de proteger al menos favorecido, pero es necesario distinguir entre quienes ocupan viviendas por necesidad y quienes lo hacen como un negocio porque la administración de las leyes se los permite. El estado está en la obligación de solucionar este conflicto social y ético, le añadimos lo ético debido a que cuando se protege al supuestamente menos favorecido, se vulneran los derechos de los legítimos propietarios y en la escala de valores el respeto, en este caso de la propiedad, está por encima de la solidaridad y de la equidad.
La ocupación ilegal de una vivienda es una flagrancia y en estos casos, tanto los agentes de la policía como los testigos pueden capturar al individuo que acaba de infringir la ley con la finalidad de que se realice la investigación correspondiente por los hechos y presentarlo ante el juez responsable, que ante la evidencia puede actuar rápidamente.
Las consecuencias de no atender en forma debida el problema de los okupa ya se vislumbran: enfrentamientos sociales, anarquía, irrespeto a las leyes, etc., lo cual conforma un coctel muy peligroso que atenta contra la armonía y la tranquilidad de las personas. Lamentablemente la ciudadanía en estos casos se encuentra inerme, dependiendo solo de las autoridades para su solución.
Edmundo Pimentel